Cusco resulta ser, además de un muy buen lugar para carretear, un punto turístico extremadamente barato como para establecerlo de campamento base en tu viaje.
Por ejemplo, pasar la noche en alguna hostal (o posada, como les gusta decir allá; una especie de semi hotel, pero igual de cómodo que uno), puede costarte 15 soles, la habitación doble. Eso es, en pesos chilenos, algo así como 3 lucas. Y en la Posada del Viajero, en pleno centro y cerca de la plaza, las piezas tienen cocina propia y hay una salita común donde se hace el pre carrete.
¿Comer? Con 10 soles puedes darte un festín incaico de aquellos. De esos que dan sueño de tanto tragar.
Y Machu Picchu no es lo único que queda cerca. En sus alrededores encontramos distintos lugares que vale la pena visitar. ¿Y si te da lata? Da lo mismo, a la vuelta a Cusco hay carrete.
Los paseos se hacen por el día a las distintas ruinas o pueblos que se quieran recorrer. Ollantaytambo, Pisac y Sacsayhuamán son los piques más típicos y que aparecen resumidos en todas las guías turísticas habidas y por haber.
Eso sí, para tener derecho a pisar todo eso, debes haber comprado el Boleto Turístico, algo así como una tarjeta Bip! de los Andes.
El precio varía según el recorrido, pero con tu salgo-súper-bien-en-la-foto tarjeta de estudiante pagas la mitad (la ISIC es la más aceptada, pero con la de la universidad también pasas). Y ojo que los precios siempre están inflados para gringos de billeteras y pantalones anchos.
Sacsayhuamán: es una antigua fortaleza incaica que tiene muros enormes y tan perfectos, que entre ellos no cabe un alfiler. ¿Extraterrestres ayudando a construir a los indiecitos? No creo. Y si fuera cierto, bien saca-vuelta resultaron los marcianos: en un sector de las ruinas hay unos toboganes de piedra en los que todos y cada uno de los turistas se tira y saca fotos. Además de la postal clásica, es el único punto del recorrido en que puedes hacer algo más interactivo que mirar y maravillarte con el pasado incaico. Para llegar: se puede tomar alguno de los tours por el Valle Sagrado o, a lo Indiana Jones, llegar a caballo (que se consiguen regateando en la plaza de Cusco).
Ollantaytambo: un pueblo arriba del cerro que es el perfecto ejemplo de cómo vivían los Incas. El ‘tambo’ era como el campo del más cabrón de los indios, y llevaba el nombre del mismo (Ollanta, adivinaste). Queda como a 70 kms de Cusco, así que es obligatorio partir en algún bus baratito a visitarlo. Tiene forma de escalera gigante y, sí, los turistas tontos suben a duras penas y desafiando el apunamiento. Todos los que han ido dicen que es imprescindible pasear por sus laderas, especialmente en una en que está dibujada una llama gigante. ¿Le gustaba pintar monos a don Ollanta? Sube por las patas delanteras hasta el cuello y la cabeza del animal, y baja por el lomo y las patas traseras.
Pisac: la feria típica donde se compran regalos típicos para tu familia atípica de vuelta a Chile. A diferencia de las que encontramos en nuestro país, allá no se venden importaciones chinas ni pistolas de plástico. Es una feria artesanal-artesanal. Y obvio, a sus alrededores está lleno de ruinas y cosas que repletan las guías turísticas, pero como buen consumista obsesivo uno se queda comprando gorros y chalecos de alpaca. Además de todo tipo de artesanías en lana, plata y cosas por el estilo, hay unos jugos de naranja natural espectaculares que merecen ser tragados con mucha sed. El día domingo alcanza todo el esplendor de feria-artesanal porque, aquí en los Andes y en el resto el mundo, todo el mundo sale el día domingo a comprar.
Volviendo a Cusco: como en cualquier ciudad, la plaza principal es el centro neurálgico. Además de artesanías y puestos de comida de todo tipo, la gente se reúne aquí a, literalmente, hacer nada. Osea, a conversar, a taquillar, a ver qué se hace en la noche y a nada más.
Las iglesias, catedrales y museos varios que te ofrece Cusco son parte del tour para turistas turísticos. Si andas en otra parada, evítalos y no gastes tiempo ni ganas en eso.
Vale la pena decirlo: no tomes agua de la llave. La embotellada es baratísima y evita futuras urgencias diarreico-digestivas.
También hay que aclaralo: comer cuy altiplánico ultra aliñado puede ser una experiencia súper exótica, pero es más fome que mascar un clavo. Y bueno, también tiene menos carne que un clavo.