Una de las primeras cosas que hice al llegar a Cusco fue caminar por la ciudad. Iba concentrado, pensando, y en mi mundo. De repente aquella condición se vio interrumpida por la presencia de un nene y una nena que tenían menos de 10 años cada uno. Me ofrecían que les compre un ticket para comer. Les agradecí y seguí caminando. El nene, antes que me aleje demasiado, me dijo: “Dele, que usted tiene plata”. Me hizo reír mucho. Llegué a la esquina de la escuela y volví donde aquellos niños. Parecía que se habían ganado un premio. La sonrisa de ese nene, la desesperación y el apuro por atenderme fue muy divertida. Me acompañó a comprar el ticket que me permitiría obtener la comida, de lo que era una feria escolar para recaudar fondos. Las opciones eran dos. ¿El plato que elegí? ¡Una truchada! Eso es. Trucha con 2 papas con cáscara, que una vez servido, aquel niño me indicó el lugar para sentarme. Delante de un terrible parlante con música fuerte y emitiendo cumbias argentinas, me senté a degustarlo. Los cubiertos eran mis manos, ya que sólo me entregaron la comida, pero cubiertos no había. Era yo, el único comensal que tenían en ese momento. Era comprensible el apuro de aquel niño en atenderme con tanto afán. De repente, la música se detuvo y, creo, que se me dibujó una sonrisa. Poco duró. Se escuchó un grito enseguida: “¿Qué hiciste? ¡Poné de nuevo que estaba bueno!” No me podía quejar: Un plato exquisito, cubiertos maravillosos y música ambiente… ¡Sí! Para todo el ambiente de la ciudad de Cusco. ...
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